"La señora Despina, toda de negro como una viuda antigua, pide en el
metro de Atenas enseñando su carné de identidad y unos certificados
médicos. “Soy griega, hija de griego y tengo un hijo de seis años con
parálisis cerebral. No tengo trabajo ni seguridad social, ni nadie que
me ayude con el niño”.
La mujer pasa ante un jubilado que se rasca el
bolsillo y con una lágrima empañada en cataratas musita: “Estoy yo para
que me ayuden pero… ¡se ve cada drama!”, mientras mueve la cabeza en
señal de impotencia. La escena se produjo este sábado a mediodía, en la
línea 1, en dirección al Pireo.
El de Despina es un caso extremo, pero representativo de cómo la
crisis económica y las políticas de austeridad han arrasado el sistema
público de salud. No sólo porque su hijo no pueda asistir a un centro
especializado, sino porque, como parada de larga duración (como el 70%
de los 1,3 millones de griegos sin empleo), se ha quedado sin seguro
médico, aunque desde junio pasado —en vista del drama que supone la
existencia de tres millones de personas sin cobertura sanitaria, sumados
los autónomos que no pueden costearse una iguala—, el sistema los
readmite en casos de urgencia o les procura determinados medicamentos. (...)
El efecto más perverso es que el enorme tijeretazo al presupuesto de
atención ambulatoria y farmacéutica ha disparado el de la atención
hospitalaria, que representó casi la mitad del gasto sanitario total en
2012.
Grecia cerró en febrero la mayoría de las policlínicas de atención
primaria por mor de los ajustes exigidos por la troika (FMI, BCE y
Comisión Europea). El sistema impone el pago de 10 euros por una
consulta, y, pese al copago, hay una abultada lista de medicamentos
imposibles de encontrar; desde 2009 el gasto farmacéutico ha caído más
del 12% al año.
Así que la medida de readmitir a los excluidos sanitarios en casos de
urgencia arranca una mueca de escepticismo en Kostas Lukos, portavoz de
la clínica social Kifa, en el centro de Atenas. “Está muy bien que los
admitan, pero si no van a tener medios para tratarlos o medicinas… De
hecho muchos hospitales públicos recurren a nosotros en demanda de
medicamentos que ellos no tienen”. (...)
Como el resto de trabajadores de Kifa —una veintena de médicos
especialistas, algunos en activo y otros jubilados; los farmacéuticos y
los administrativos—, Lukos también es voluntario. El centro no cobra ni
un euro por las consultas y desde que echó a andar, en enero de 2013,
ha atendido a casi 5.600 pacientes, realizado 2.000 análisis y prescrito
fármacos a 2.500 personas, “al 50% griegos y extranjeros”, subraya el
portavoz (...)
La farmacia rebosa de medicamentos, “todos ellos donados, muchos
procedentes de ONG de países europeos, y algunos devueltos por
familiares de fallecidos”.
Yorgos es el último paciente del viernes. Ajado y macilento,
representa muchos más de los 48 años que tiene. En paro desde hace
cuatro —y tres sin cobertura sanitaria—, padece del corazón.
“Veinte
años cotizando para nada, para morir en la calle. Si no fuera por esta
clínica ya no estaría aquí. Vine con prevención, porque pensaba que no
atenderían bien, pero no podía estar más equivocado: es mucho mejor que
la pública”, dice.
Como la de Kifa, unas 40 clínicas sociales se han creado en los
últimos años en Grecia, 12 de ellas en la periferia de Atenas, que
concentra la mitad de población del país (11 millones); la pionera, la
de Ellinikó, ha atendido en tres años a 28.000 pacientes.
Esta red
social supone una válvula de escape para un sistema a punto de reventar y
que sobrevive “gracias al pundonor de los trabajadores”, explica Meropi
Mandeou, responsable de Neumología en el hospital Sotiría de Atenas.
Las instalaciones son impecables, relucen de puro limpias, pero los
rostros desencajados de médicos y auxiliares en los boxes de urgencias
delatan un estrés cronificado.
“Trabajo como médica desde hace 22 años, aquí llevo 16, y los últimos
tres o cuatro me los he pasado corriendo. No damos abasto por los
recortes de personal, y si salen las cosas es por amor propio y
profesionalidad. Falta personal, faltan fármacos, falta material”, se
queja Mandeou.
“Si continúa la política de austeridad, no sé qué va a
ser de la sanidad. Hay planes para cerrar los hospitales deficitarios y
donde no haya personal suficiente, incluidos uno psiquiátrico y cuatro
de neumología”.
El colapso de la clase media, incluidos los autónomos —en los últimos
cinco años se han destruido en Grecia 140.000 pymes—, ha creado una
nueva clase de indigentes, los sanitarios. Panayota Masaveta, de 60
años, no tiene cobertura desde enero de 2013. “Estoy enferma del
corazón, sufro hipertensión y diabetes.
Tenía una tienda de ropa pero
cerré por la crisis, se me acabó el paro y no puedo pagar los 3.500
euros al año del seguro privado. Como en un comedor municipal y voy al
médico una vez al mes a una clínica social, pero a veces no tienen los
medicamentos y lo paso mal. Mi hijo murió de cáncer hace un año
esperando un trasplante de hígado que nunca hubiéramos podido pagar”,
cuenta.
Los enfermos oncológicos, los diabéticos y en general los crónicos
son los casos más difíciles, pues requieren los tratamientos más
prolongados y costosos. La clínica de Ellinikó, que cuenta con un equipo
médico de 100 especialistas, trata a unos 150 pacientes oncológicos con
medicamentos sobrantes de enfermos que han muerto y cuyas familias los
regalan.
O gracias a la ayuda desinteresada de colegas, en un trasvase
fluido y solidario paralelo al sistema: “Cada miércoles, nuestros
pacientes en fase inicial reciben quimioterapia gratis en Sotiría, hasta
un máximo de dos años”, explica el cardiólogo Yorgos Vijas, fundador de
Ellinikó, quien cifra en un promedio de “10.000 a 15.000 euros el coste
del tratamiento, de dos a seis años”.
La situación es tan perentoria
que “los enfermos de cáncer sólo reciben tratamiento gratis [en el
sistema público] en la fase final de la enfermedad”, denunciaba en mayo
Liana Mailli, presidenta de la ONG Médicos del Mundo." (
M. A. Sánchez-Vallejo (Enviada especial)
, El País, Atenas
14 DIC 2014
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