6.10.15

Alemania ahorra 100.000 mill€ en concepto de pago de intereses... es un beneficiario neto de la crisis de los países del sur. Está vacunada contra un 'grexit'

"(...) las negociaciones entre las autoridades comunitarias y Grecia no han sido como las que se dan entre los socios de un proyecto común con desacuerdos temporales. Y esto a pesar de los intentos de Varufakis de subrayar la naturaleza del proyecto común europeo, las ideas de la democracia, de justicia y solidaridad y que, al menos formalmente, le son propias a dicho proyecto, con el fin de exigir la negociación normal que caracteriza a dos partes asociadas.

Por el contrario, como tarde a partir de febrero de 2015 esta se ha planteado como una guerra contra el gobierno griego, una actitud que ha sorprendido a sus negociadores que esperaban un trato más acorde con los principios que el proyecto europeo reclama para sí. También ha sorprendido y escandalizado con razón, a una buena parte de la opinión pública de Europa y del resto del mundo.

Periferia y efecto dominó

¿Por qué esta actitud tan beligerante, esa inflexibilidad extrema por parte de Dijsselbloem y Schäuble teniendo en cuenta de que se trataba de cantidades económicas no tan relevantes para la gigantesca economía de la Unión Europea? Economistas con poca sensibilidad para las dinámicas del poder como Rogoff no encuentran respuestas convincentes.

Pero explorado el problema en su vertiente global o simplemente leyendo los periódicos un poco entre líneas, es posible darse cuenta de que, en realidad, no se estaban negociando con Grecia, un país pequeño y arruinado de la Unión. Se estaba negociando con el conjunto de su periferia, incluida España e Italia, que suman algo más del 25% del su PIB.

De forma aún más escondida se estaba negociando, además, con Francia que podía caer en la tentación de meterse en la nueva cama abierta en sur previo intento de salvar las apariencias frente a Alemania. Varufakis llegó a esta conclusión a lo largo de la negociación: el objetivo alemán inconfesado era intentar disciplinar a Francia a través del endureciendo la negociación con el gobierno griego.

Esa y no otra es la clave: un compromiso con Grecia, como el que se espera de los socios que comparten un proyecto común, como el que el gobierno de Tsipras intentó conseguir, habría tenido un efecto dominó en toda la periferia poniendo en peligro la hegemonía alemana en Europa, hegemonía que se viene articulando desde la Tratado de Maastricht a través de las políticas de austeridad (Fernández Steinko 2015b).

Para ello Schäuble contaba con el apoyo incondicional de los gobiernos conservadores, sobre todo del español que veía peligrar su reelección si los griegos eran tratados como socios y no como enemigos de guerra. La belicosidad de Schäuble era tal, que esgrimió varias veces la posibilidad de romper con el proyecto europeo tal y como existe en la actualidad imponiendo uno de dos velocidades, un mensaje dirigido sobre todo a Francia, a su miedo a quedarse sola frente a Alemania y sus satélites exportadores en esa hipotética Europa nuclear.

La vacuna contra el Grexit

Los principales errores que ha cometido la parte griega han sido dos, ambos relacionados con lo dicho hasta aquí.

El primero es haberse dado cuenta tarde de que se trataba de una guerra y no de una negociación entre socios, de que la razón del empecinamiento alemán en un todo o nada no tenía que ver tanto con ellos como con el conjunto de la periferia europea cuyos intereses estratégicos amenazaban con colarse por una pequeña grieta que, si se dejaba abierta, podía romper todo el muro neoliberal de la austeridad impuesto por Alemania.

El segundo es no haber preparado las armas necesarias para un escenario tan desigual y una guerra tan total. Los negociadores griegos se dieron cuenta tarde de que, a través de Grecia, se le había declarado la guerra a un proyecto solidario global para Europa con lo cual tampoco pudieron modular bien sus recursos. “(El principal error) fue que la confrontación con las potencias principales de Europa tendría que haber comenzado antes por nuestra parte. Después del 20 de febrero estábamos enfrascados en una negociación que no era sino una guerra de desgaste” (Tsipras 2005a).

Esta guerra de desgaste empezó a perjudicar a Grecia en el momento en el que apareció una vacuna que inmunizaba a toda la zona euro contra un posible Grexit. “Fuimos a una guerra con la convicción de que disponíamos de las mismas armas que ellos. Hemos subestimado su poder que penetra el conjunto de la estructura social y la forma de pensar de la gente controlándola y chantajeándola.

Tenemos pocos recursos y el edificio europeo se ha hecho ya kafkiano” (Salomon 2015). En cualquier caso es dudoso que, incluso habiéndose dado cuenta antes, los negociadores griegos hubieran podido ganar una guerra tan desigual si bien, tal vez, la habrían podido aguantar un poco más generándole -de nuevo “tal vez”- más contradicciones al Goliath alemán.

Por ejemplo se podrían haber podido tomarse medidas preventivas para evitar o retrasar la descapitalización de los bancos griegos, una durísima medida de presión contra Grecia completamente impropia de las relaciones entre socios. A los negociadores no les interesaban las reformas de su economía y sus insituciones que los griegos se comprometieron a acometer desde el principio en una actitud clara de buena voluntad.

Lo que querían era que el gobierno firmara primero la continuación de las políticas de austeridad para luego hablar de dichas reformas (id.), reformas que naturalmente tenían que estar en función de su concordancia con las políticas de austeridad. Pero de nuevo: resulta imposible explicar esta situación sin tener en cuenta que había mucho más en juego que la simple reforma del Estado griego.

El que los negociadores alemanes/holandeses y los gobiernos cómplices como el de Rajoy envolvieran este mensaje bélico en ropajes discursivos de argumentos triviales tales como de lo que se trataba era de la “necesidad de respetar las reglas” no cambia nada del asunto principal, aunque sí lo deja entrever sutilmente.

Independientemente de la posición que se defienda en relación con este tema, lo cierto es que la salida de Grecia del euro era el recurso principal de poder del que disponía su gobierno para negociar frente al Goliath neoliberal. Las consecuencias potencialmente catastróficas de un Grexit para el conjunto de la zona euro y, en definitiva, para todo el sistema financiero internacional se apoyaban en un argumento similar al esgrimido en 2008 por los grandes bancos occidentales para presionar a sus gobiernos y ser rescatados con el dinero de los contribuyentes: o nos salváis aunque no os guste, o se producirá un colapso financiero de dimensiones sistémicas (“too big to fail”).

En 2012 existía aún esta potente arma de negociación sin que el gobierno de Samaras la utilizara en favor de su país. Pero las medias financieras tomadas por los gobiernos y las instituciones europeas fueron desactivando el misil mes tras mes y la vacuna contra el Grexit empezó a funcionar en el momento en el que el euro empezó a dar signos claros de estabilidad. Los griegos no sólo perdieron su principal baza, sino que esta se acabó volviendo en su contra a medida en que se iban dilatando las negociaciones.

Así, la posibilidad de recurrir a Rusia y/o China para una financiación de urgencia de los bancos griegos podría haber sido utilizado por Dijsselbloem y Schäuble para “demostrar” frente al resto de los socios que, en realidad, Grecia no sólo debía irse del euro sino que además quería hacerlo.

La medida habría funcionado como una profecía autocumplida, medida que Grecia quería evitar a toda costa con razón. Es verdad: para Alemania los impagos provocados por un Grexit habríán generado unas pérdidas de 87.000mill€ a pesar de todo.

Pero la crisis financiera ha hecho aumentar enormemente los diferenciales de tipos ahorrándole al Estado alemán unos 100.000mill€ en concepto de pago de intereses (cálculos del Instituto de Investigaciones Económicas de Halle).

Alemania tiene que pedir prestados todos los años 200.000mill€ para pagar el servicio de su deuda contraída en años anteriores con lo cual serguiría siendo beneficiario neto de la crisis de los países del sur, incluso en el caso de un Grexit." (Armando Fernández Steinko, 30/09/2015)

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