"(...) El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión, más conocido por sus
siglas en inglés como TTIP, se lleva negociando (al menos oficialmente)
desde 2013, en un clima de escandalosa desinformación y opacidad que
despierta no solo los recelos, sino también las denuncias de las
organizaciones y movimientos sociales que, aunados en toda Europa,
intentan revertir la posible aprobación de lo que comienza a denominarse
como “OTAN económica”. (...)
TTIP: el asalto de las multinacionales a la democracia describe
la trayectoria de los últimos impulsos liberalizadores y desmenuza el
intento de consolidarlos en el viejo continente a través de un Tratado
tan complejo e incierto como desconocido.
El TTIP responde a un nuevo
tipo de tratados de libre comercio, denominados de “nueva generación”,
que van más allá de los clásicos tratados, aun incorporando los
principales elementos de éstos.
Y es que los de nueva generación no sólo
buscan la eliminación de todas las barreras que dificulten el libre
intercambio comercial en una zona determinada (arancelarias o no), sino
que también pretenden la fijación de estándares normativos comunes a
nivel internacional que acerquen los diversos marcos jurídicos a un
mínimo denominador.
Se trata, en consecuencia, de crear verdaderos
mecanismos con finalidades regulatorias en un intento, como señala la
autora, de reubicar el poder a una escala supranacional y lejos del
control democrático que se sigue dando, aunque cada vez más de forma más
tenue, en el Estado-nación. (...)
Liberalizar los intercambios
comerciales, de bienes y servicios, reducir los obstáculos arancelarios y
normativos, y crear mecanismos de resolución de controversias para las
grandes multinacionales, constituyen los puntos principales del TTIP.
Si
bien la creación de un área de libre comercio, con la eliminación de
los aranceles y barreras de efecto equivalente ya existentes, es de por
sí temible al ampliar un modelo de liberalización supranacional que ya
ha demostrado su incidencia en los derechos sociales a nivel europeo, es
el segundo gran pilar del TTIP, a saber, la llamada “cooperación
reguladora”, el que se erige en uno de las previsiones más amenazadoras
para lo que queda del Estado social en Europa.
Y es que, a diferencia de
los clásicos tratados enmarcados en la OMC, el TTIP pretende acercar
las regulaciones de ambos lados del Atlántico en materias tan dispares
como la laboral o la medioambiental, con el objetivo siempre primordial
de mejorar el rendimiento del libre mercado, ahora ampliado.
De hecho,
el TTIP recoge incluso la creación para tal fin de una institución ad
hoc, el Consejo de Cooperación Reguladora, el cual, bajo la égida del
tecnicismo y del conocimiento de los arcanos de la economía, se
convertiría en un mecanismo de difícil adecuación democrática que,
saltando a los Estados y sus instrumentos clásicos de representación,
impondría la homogeneización y convergencia de estándares normativos
entre los dos bloques.
En este sentido, la experiencia, y aun
la propia carga teórica (neoliberal) que da sustento a los procesos de
liberalización, nos demuestran que entre dos ordenamientos asimétricos
que convergen siempre prima el menos proteccionista.
Así, donde uno de
ellos es más débil de cara a la protección de los derechos sociales y
más “fuerte” en cuanto a sus potencialidades puramente mercantilistas, y
otro es más proteccionista y presenta mayores dificultades para el
pleno desenvolvimiento de las fuerzas productivas desde la óptica del
libre mercado, la balanza siempre se tiende a inclinar en favor del
primero, es decir, del minimum que garantiza mayores réditos de
acumulación para los agentes privados.
La cooperación reguladora y la
integración comercial servirían para nivelar, a la baja, los sistemas de
protección social europeos con el fin de adecuarlos a los estándares de
Estados Unidos (menos garantistas, evidentemente), puesto que ello
sería más funcional al propio proceso de liberalización subyacente y a
la ideología que le da cobertura.
Prácticas como el dumping
social o las privatizaciones masivas de sectores públicos, que ya de por
sí tienen cabida en el seno del proceso de integración europeo, ahora
se verían amparadas jurídicamente en un nivel superior por un nuevo
marco normativo muy alejado de los Estados y, por supuesto, de los
ciudadanos. (...)
Al mismo tiempo, el TTIP contempla la creación de un mecanismo de
resolución de controversias inversor-Estado (ISDS), por el cual, ante el
posible incumplimiento de algunas de las previsiones contenidas en el
Tratado y en la normativa derivada de la nueva zona de libre comercio,
los agentes privados pueden demandar al Estado incumplidor ante un
órgano de arbitraje que, con una burda apariencia de jurisdiccionalidad,
se encargaría de aplicar las normas y regulaciones a las que está
sometido… entre las que no figuran, claro está, ningún catálogo de
derechos sociales a nivel transatlántico.
Por tanto, un mecanismo con
difícil encaje democrático y de pretendida, sin serlo, naturaleza
jurisdiccional, tendría en sus manos la resolución de posibles
nacionalizaciones, expropiaciones o cambios normativos por parte de
aquellos Estados que, en uso de su soberanía, así lo decidieran.
Como la
experiencia nos demuestra en el caso del CIADI, la porosidad de tales
mecanismos de arbitraje y sus estrechos vínculos con el mundo de la lex mercatoria
internacional, amén de su subordinación a una normativa puramente
mercantilista, garantizan al inversor una situación de preeminencia y de
trato favorable frente al Estado y su soberanía. (...)" ( (Reseña del libro de Adoración Guamán; Akal, Madrid, 2015, 192 págs, Gabriel Moreno Gonzalez y Adoracion Guaman, economía crítica y crítica de la economía, 21/11/15)
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