27.4.16

Los que se han quedado en las cunetas de la crisis

"María del Pilar Rodríguez, de 46 años, lleva ocho años en el paro. Desde el año 2008. Sus dos hijos y ella viven de los 585,76 euros que reciben cada mes en concepto de Renta Básica. Está ‘enganchada’ a la electricidad porque no puede pagar la luz. Paco Vicente emigró en 2013 a Francia. 

En España regentaba un comercio. Ahora trabaja de agricultor en el campo francés y su pareja, de limpiadora en una clínica. Se definen como “mileuristas en el exilio”. Juan Moreno pide en el metro por las mañanas mientras que su mujer va a trabajar y sus hijos están en el colegio. 

“Me hace sentir menos inútil”, dice este hombre, que rechaza ser fotografiado: “Bastante gente me ve ya pedir cada día”. Manu Vega tiene 29 años. Estudia una ingeniería y trabaja a media jornada en una empresa de lavado de aguas: “No espero trabajar nunca de lo mío”.

Hace cinco años, en 2011, cuando la crisis económica arreciaba con fuerza, el entonces director de Cáritas Barcelona, Jordi Reglà, denunciaba en un reportaje de Público que la economía dejaría a muchos ciudadanos “en la cuneta” para nunca más “reengancharse”.“Cuando España vuelva a crecer nos olvidaremos de ellos, giraremos la mirada al pasar a su lado y haremos como que nada de esto ha sucedido”, sentenciaba Reglà.

Los protagonistas mencionados anteriormente son un buen ejemplo de la cuneta de la crisis. Vivían con las posibilidades que les ofrecía el sistema. Algunos eranemprendedores, como les gustaba llamarlos al Gobierno de Rajoy; otros eran asalariados; otros acababan de terminar su carrera universitaria, su FP o su máster en no sé qué y ahora, años después, han prácticamente quedado descolgados del sistema. Han renunciado a las ilusión y luchan por sobrevivir.

 “Intento que el sistema no me mate. Que la falta de oportunidades no acabe con mis ilusiones en mi vida personal”, dice Manu Vega. (...)

Es es el caso de María del Pilar Rodríguez y su familia. Esta mujer, de 46 años, regentaba junto a su marido una pequeña empresa de venta de productos químicos y de limpieza en una pequeña localidad de Extremadura. De las ventas de esta pequeña empresa vivía el matrimonio y sus tres hijos. Hasta que todo se fue al garete

 Un cliente, que les debía 30.000 euros, se declaró en concurso de acreedores y el negocio se fue al traste. Su marido desapareció de la noche a la mañana y María del Pilar se quedó al frente. Sin prestación de desempleo. Sin nada. Desde el mes de febrero recibe la Renta Básica de la Comunidad de Extremadura. Antes, nada.

¿Y de qué vive? “Pues de aprovechar al máximo todo, de favores familiares, de amigos, y de ir haciendo chapucillas y pequeños trabajos en negro”, responde la mujer, que presume de tener la basura más pobre del pueblo. “Sólo hay cajas de leche y los rulos del papel higiénico. Todo lo demás se cocina y no hay envases. 

Las cosas precocinadas son muy caras. Con un pollo te hago tres comidas. ¿Te lo crees?”, prosigue Pilar, que el mes pasado denunció al Banco Santander ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura por embargarle la renta básica de inserción, de 585,76 €, que le otorgó la Junta de Extremadura el pasado 11 de enero.

 “La Renta Básica no se puede embargar y las pensiones tampoco. Se lo dije varias veces al responsable del banco, que me contestó que presentara una denuncia si quería. Hasta la tercera protesta, junto a compañeros del Campanento Dignidad de Extremadura, no me devolvieron el dinero de la Renta Básica”, denuncia Rodríguez, que, afortunadamente ya dispone del ingreso mínimo vital proporcionado por la Junta.

“Vivo de aprovechar al máximo todo, de favores familiares, de amigos, y de ir haciendo chapucillas y pequeños trabajos en negro”, María del Pilar (...)

Juan Moreno. Este hombre, de 39 años, se pasea por el metro de Madrid por las mañanas. Se lo toma como un trabajo. Cuenta que está en el paro. Que hace cuatro años que no trabaja y que tiene una hija de cinco y otro de ocho. Cuando la pequeña se marcha al colegio y su mujer se va a limpiar los suelos de un edificio de oficinas, él se va a su nuevo trabajo: pedir dinero en el Metro

Durante meses -cuenta- se estuvo quedando en casa, buscando trabajo a través de internet. “Me cansé de aplicar y aplicar. Nunca he sentido algo tan horrible como ver a tu familia salir de casa a hacer su vida y yo quedarme en el sofá. La sensación de que soy un gasto más. Un estorbo para mi familia”, cuenta Moreno, que se niega a ser fotografiado.

 Viste elegante. Lleva chaqueta, pantalón y zapatillas de marca. Huele a colonia. A primera vista, nadie diría que este hombre tiene problemas para llegar a final de mes.“Esta ropa que llevo hoy, precisamente, es la que me regaló mi suegra para Navidad. Los zapatos me los compró mi mujer hace dos cumpleaños. Intentamos que todo lo que compramos coincida con fechas clave para que nunca llegue el día en el que no nos podamos dar ni un mísero regalo“, prosigue. (...)

Manuel Vega es un ejemplo perfecto de lo que es un trabajador pobre. Un trabajador que si no viviera con sus padres tendría muy difícil sobrevivir. Tiene 29 años. Es licenciado en Ingeniería Industrial y trabaja en una empresa de mantenimiento de aguas con uncontrato de media jornada

Cobra, por tanto, el 50% del Salario Mínimo Interprofesional. “Cobro 390 euros brutos al menos. 330 limpios. Después me saco un dinero dando clases particulares”, cuenta a Público Manuel Vega, que ha perdido toda esperanza de ejercer como el ingeniero industrial que es.

Los contratos a media jornada o por horas y la temporalidad ha pasado a ser la norma en el trabajo de los menores de 30 años. De hecho, según datos de 2015, el 51% de los menores de 30 años que trabaja tienen un contrato temporal y su salario medio no supera los 11.860 euros. Son jóvenes que entran y salen del mercado de trabajo, pero que, muchos de ellos, ya no pasan a engrosar las listas del paro cuando cesan en su actividad. Por pereza, porque no sirve de nada o porque les han dicho que volverán a llamarlos dentro de poco.

 Paco Vicente, de 34 años, emigró a Francia en 2013. Lo hizo para poder pagar su hipoteca de 800 euros mensuales. “En España tenia un comercio que tuve que cerrar como consecuencia de la crisis en el año 2010. Ese mismo año encontré trabajo como transportista en una empresa, y fui despedido tras una baja por enfermedad que duró 15 días.

 Mi pareja estudiaba en la universidad mientras trabajaba para un sindicato, sin contrato...”, relata Vicente, que señala que decidió emigrar tras año y medio sin trabajar y “harto de enviar” su currículum “por toda España”.

Paco Vicente contactó con el Ayuntamiento de Albudeite (Murcia), de donde es natural, que está hermanado con el pueblo francés Saint-Gènies de Fontedit y a partir de esta conexión consiguió que en apenas unos días una familia francesa de ese pueblo le ofreciera un alojamiento. 

Y así Paco Vicente acabó en Francia. “Lo que en principio iba a ser algo temporal, poco a poco se está convirtiendo en una ‘nueva vida’. Al año y medio de estar en Francia, mi compañera decidió también venir, ya que había terminado la universidad y el trabajo que tenía era muy precario”. 

Ahora, Paco Vicente trabaja en una viña en Beziers y su compañera, María José, en una“clínica como limpiadora”. Los dos ganan el Salario Mínimo Interprofesional francés, es decir, 1.140’00 € netos cada uno. “Ahora somos mileuristas en el exilio”, bromea Vicente, que se va haciendo a la idea, poco a poco, de que “tal vez la casa que con tanta ilusión” compró “se está convirtiendo en la casa de las vacaciones”. “Se esta convirtiendo en la casa a la que vas como extranjero a tu pueblo”, sentencia.

 En la cuneta de la crisis se encuentra también Juan Díaz, de Andújar. Si la crisis ha cortado la progresión de jóvenes, la situación de los mayores de 50 que se han visto afectados por el desempleo es aún peor. El periodista conoció a Juan en 2014. Su historia no tiene nada de especial y lo tiene todo. Ha cotizado 33 años de su vida, pero desde que comenzó esta crisis no ha vuelto a tener un contrato estable.

 Sabe perfectamente que la pensión que le quedará será mínima. Está condenado a la miseria hasta el final de sus días.  “Nunca me había visto en esta situación. Vivimos mal o, mejor dicho, sobrevivimos mal. Ingreso algo más de 400 euros como ayuda de mayor de 55 años y parado. Mi mujer ingresa algo más de 200 euros. Con ese dinero pagamos la hipoteca, que son cerca de 300 euros al mes, y nos mantenemos nosotros como podemos”. (...)"                      (Alejandro Torrús, Público, 23/04/16)

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