"(...) ¿Qué pasó en Asturias, que de ser un elemento histórico de
vanguardia fue cayendo hasta convertirse hoy “en un país pequeñín de
gente grandona”? El siglo XX fue el suyo, para bien y para mal, y como
bien dice el poeta Cuesta en el libro de marras, “aunque se luche,
siempre quedan insultantes, los estandartes de la derrota”.
Un
envejecimiento de la población galopante, una emigración adolescente
que le retira la savia para poder recuperarse. Una auténtica sangría
demográfica, con el abandono del oriente y el occidente de la comunidad y
una concentración espasmódica en el triángulo Oviedo-Gijón-Avilés.
Pero
lo más llamativo es que allí, en esa tierra que fue decisiva en aquello
que se daba en llamar la clase obrera, durante la república y la
dictadura posterior, todo se ha convertido en un verde erial lluvioso,
una clase política, maridada por el PSOE, siempre hegemónico desde la
transición y subvencionado para que la minería obsoleta se hiciera
cliente de casino y sus hijos candidatos a los bajos fondos.
Los más
audaces se fueron, pero no como antaño, por hambre, sino porque el país
estaba en caída potencial, animada por una casta política feliz de
sentirse tan aislada. Las montañas en ocasiones sirven de parapeto.
Apenas
un millón de habitantes que no parecen interesar ni a las grandes
figuras de la política, ni a los medios, ni a empresarios que no traten
de esquilmar al Estado a costa de prestar ayuda en la caída.
No hay
precedentes en la historia de España que el secretario general del
sindicato SOMA-UGT, el sindicato minero que reunía a sus líderes una vez
al año y que nutría de votos al partido que le subvencionaba, Fernández
Villa, un más que probable confidente de la policía franquista, se hizo
una fortuna y se colocó un millón y un pico de 400.000 euros ¡en
Suiza!, y arrambló con otros 400.000 euros de su propio sindicato.
Puestos a evaluar, cabría considerarle el Rodrigo Rato de la clase
obrera.
La ampliación del muelle de Gijón, la más inútil y
torticera operación económica de otro listo, en este caso pasado del PCE
al PSOE, Tini Areces. Miles de millones. Como el tal Riopedre, y el
caso Marea, o la estafa a los institutos manipulando partidas de
material educativo a los chavales para llegar a estafar cerca de cuatro
millones de euros, lo que tratándose de un excura y excomunista, pasado
al PSOE, tiene hasta su morbo.
Y el faraónico Niemeyer de Avilés cuya
única aportación distinguida, amén de un edificio muerto para que los
adolescentes patinen, consiguió que el hijo del jefe conociera a Brad
Pitt, ahí es nada. Otro delirio sobre la herrumbre.
No importa, el
aislamiento alivia la ofensa. Asturias queda muy lejos, tanto que los
talentos universitarios de la economía astur aseguren entre sonrisas la
genialidad del país: como nadie está pendiente de nosotros, podemos
decir y hacer lo que no venga en gana. Que el portavoz del PSOE,
Fernando Lastra, curtido en mil batallas sin otra victoria que la
supervivencia, llame a la líder del PP asturiano “¡anarquista!”, y en
sesión parlamentaria; eso en Barcelona o Madrid sería superior a un
chiste de El Roto.
El mediocre trepador Juan Vázquez, exrector de
la universidad y actual asesor del presidente de la comunidad, Javier
Fernández, expresó de manera chusca, al estilo de esa Asturias
irreductible a su propia ruina: “El asturiano ya se mueve en esta clave:
vive en Oviedo, trabaja en Gijón, va al museo en Avilés y toma unos
‘culetes’ de sidra en Mieres”. (...)" (‘Delirios de la herrumbre’, de Gregorio Morán, La Vanguardia, en Caffe Reggio, 23/04/16)
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