"En la presentación de los resultados anuales de 2015 del Banco
Popular, a Ángel Ron (Santiago de Compostela, 1962) le empezó a sonar el
móvil con la canción ‘Lollipop’ de The Chordettes, lo que provocó las
carcajadas de periodistas y ejecutivos.
Una canción optimista, alegre y
desenfadada que simbolizaba perfectamente que el presidente vivía en un
mundo absolutamente ajeno a la realidad del banco. El nuevo consejero
delegado, Pedro Larena —la penúltima maniobra de Ron para seguir en el
cargo y que puede alcanzar el récord del CEO más breve de la banca
española—, puso la guinda hace apenas un mes diciendo que el Popular era
“un bancazo”. Pero la realidad siempre acaba por imponerse más tarde o
más temprano.
Y la realidad es que el banco ya era inviable hace
un año. Y el problema era de tal magnitud que ni siquiera la ampliación
de 2.500 millones de junio ha sido suficiente para taparlo. Desde el
mismo momento en que la anunció, el mercado le dio la espalda y los
analistas mostraron grandes dudas sobre su capacidad de cumplir un plan
que, aunque ambicioso, tampoco bastaba para solucionar del todo los
problemas del banco.
Hasta el bróker del Santander, el mayor creyente
que tenía Ron en el mercado, le retiró su confianza. El hundimiento de
la acción y la pérdida de valor de la franquicia con la moral de la
tropa por los suelos han acabado por hacer estallar el consejo.
Pero
¿cómo se ha llegado hasta aquí? Ron fue nombrado copresidente con la
dimisión de Luis Valls Taberner el 20 de octubre de 2004; llevaba dos
años como consejero delegado y anteriormente había dirigido la red
comercial del banco.
Ron, que tenía solo 42 años, se encontró un Popular
que era el banco más eficiente de España con diferencia: un 34% (para
ganar 100 euros solo gastaba 34); en los últimos resultados ni siquiera
dio esa ratio. Eso disparaba su rentabilidad (ROE) hasta un apabullante
24,5%, cuando en el tercer trimestre andaba por el 0,8% y a fin de año
será negativo. El banco ganaba 801 millones; este año acabará con
pérdidas de unos 2.000.
Solo había un problema: el Popular no
crecía. Y mientras tanto, las cajas de ahorros se embarcaban en una
desenfrenada expansión fuera de sus territorios de origen financiando
ladrillo a troche y moche. Cajas provinciales —y de provincias pequeñas—
como la CAM o Caixa Galicia superaban en tamaño a un banco donde poco
faltaba para encontrarse con empleados con manguitos y visera.
El joven
presidente decidió acabar con ese estancamiento y esa imagen
decimonónica, y sumarse a una corriente que, por otra parte, era casi
imposible de resistir. Sin embargo, no tuvo las manos libres para
hacerlo hasta 2006, cuando dimitió el otro hermano Valls (Javier) y se
quedó como presidente único.
Martinsa, Nozar, Reyal, Pescanova, Abengoa…
Y
entonces ya era tarde. Se lanzó a financiar a los promotores cuando los
precios estaban por las nubes y cuando los mejores negocios estaban
‘pillados’, de forma que solo quedaba lo peor: el suelo.
Y se metió en
todos los charcos: Martinsa-Fadesa, Nozar, Reyal Urbis, el Pocero y
demás nombres que han pasado a mejor vida en los concursos de acreedores
más grandes de la historia de España.
Y no solo en el ladrillo. Ron
también decidió que el Popular tenía que participar en los grandes
sindicados de la burbuja para ponerse a la altura de sus principales
competidores. Así, entró en mala hora en las empresas constructoras que
han refinanciado y vuelto a refinanciar. Y en Pescanova. Y en Abengoa.
Todas
estas minas empezaron a estallar en 2008, pero Ron fue capeando el
temporal como pudo, aprovechando la laxitud de las normas de provisiones
del Banco de España, que se fueron endureciendo paulatinamente.
Ajeno a
la bomba de relojería sobre la que estaba sentado, Ron también quiso
imitar a los demás, que empezaban a ponerse las botas comprando las
cajas de ahorros que empezaban a caer como moscas; en especial el
Sabadell, que con la CAM le superó por primera vez en tamaño.
Él también
quería participar en el festín y encontró su presa ideal: el Banco
Pastor, gallego como él, relacionado con el Opus Dei y con una cultura
bancaria muy similar, y que estaba al borde del abismo.
Pero en
esa operación cometió un tremendo error. Podía haber esperado a que lo
nacionalizaran para acudir a la subasta y pedir ayudas públicas como las
recibidas por Sabadell o por BBVA en el caso de Unnim. Pero entonces
corría el riesgo de que le arrebataran la presa, así que prefirió
comprarlo ‘a pulmón’.
Más tarde, Braulio Medel demostró que podía
arrancar enormes prebendas al FROB con tal de quitarle un problema de
encima —Ceiss, Caja España-Duero— sin necesidad de que la nacionalizaran
ni de ir a una puja. Ron no tuvo la vista o el coraje del presidente de
Unicaja. Fue la sentencia de muerte del Popular.
Trampas contables y ‘el profe me tiene manía’
Los
problemas empezaron a ser graves y Ron trató de ocultarlos. Así,
decidió falsear la tasa de morosidad al tomar como denominador el activo
total (más grande) en vez del crédito, como hacen los demás bancos.
Asimismo, utilizó el argumento de ‘el profe me tiene manía’ cuando sacó
malas notas en los test de estrés europeos de 2011 y 2012.
Pero ese año
llegaron los ‘decretos Guindos’, que obligaban a elevar las provisiones
del ladrillo, con lo que la situación ya era insostenible. Ron decidió
ponerse colorado y efectuar una ampliación de capital de 2.500 millones
para arreglar el desaguisado del ladrillo, que vendió como la solución
definitiva. Los accionistas, grandes y pequeños, confiaron en su palabra
y acudieron. La acción estaba por encima de cinco euros (a efectos
comparables tras el ‘contrasplit’ de 2013).
Ese año, el banco dio
unas pérdidas históricas de 2.461 millones, precisamente por la limpieza
‘definitiva’ del balance. Confiaba en que la recuperación económica
española le permitiera irlo saneando, pero la segunda recesión no acabó
hasta 2014. Y además, la bajada de tipos del BCE destrozó los márgenes
del negocio bancario, con lo que los ingresos comenzaron a ser
insuficientes para dotar las provisiones que exigían unos activos
inmobiliarios que no paraba de adjudicarse para contener la morosidad y
cuyo valor no dejaba de caer. (...)
El legado de Ron tampoco es muy edificante en otros aspectos. Uno de
ellos es el trato al cliente, al que ha arruinado con las dos
ampliaciones y con productos como los bonos convertibles, por los que ha
sido condenado por el Supremo y multado por la CNMV. Por no hablar de
las cláusulas suelo, que coló de forma generalizada en las hipotecas y
que ha tenido que retirar también obligado por el alto tribunal. No es
de extrañar la fuga que está sufriendo el Popular, agravada además por
una plantilla en pleno ERE. (...)
Pero, al final, la realidad es tozuda. Una caída del 96,12% de la
cotización durante su mandato (hasta el cierre del miércoles), y sin
contar con que llegó a máximos por encima de 40 euros, es imperdonable.
Los demás bancos, aunque tampoco pueden tirar cohetes, no han sufrido
una catástrofe similar en el mismo periodo: Santander pierde el 45,23%,
BBVA, el 48,99% y Sabadell, el 59,17%. Pero él jamás se ha planteado
dimitir y ha peleado duramente por conservar su puesto hasta el final,
convencido de que era capaz de ejecutar su plan y de que este era la
solución. Lollipop." (Eduardo Segovia, El Confidencial, 01/12/16)
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