"Gerry y JP rondan los 40 años. Son amigos. Uno es alto y el otro es
bajo, uno está rellenito y el otro es más delgado. Uno tiene una
dentadura perfecta y al otro le faltan dos dientes.
Los dos trabajan
juntos en una empresa que le hace las labores de jardinería al Ayuntamiento de Almere,
una ciudad a 20 kilómetros de Ámsterdam que vota mayoritariamente al
partido del líder xenófobo Geert Wilders, uno de los favoritos en las
elecciones holandesas que se celebran el miércoles.
Gerry y JP ganan
poco más que el salario mínimo pero prefieren estar con un azadón en la
mano que aburridos en casa cobrando el subsidio oficial del Estado. Sin
embargo, dicen que no todos piensan como ellos.
Les ocurre que a veces
están cortando el césped a las diez de la mañana y un vecino abre la
ventana y les pide que no hagan tanto ruido, que no son horas de estar
molestando. "¡A las diez! ¿Se lo puede creer? No somos racistas pero los
que se quejan son marroquíes y su casa huele a marihuana", dice JP.
Gerry asiente con la cabeza.
La ciudad en la que trabaja la pareja de jardineros se
levantó en los años 70 en un pólder, los terrenos ganados al mar. Hartos
de los pequeños y caros apartamentos de Ámsterdam, una generación de
jóvenes con hijos pequeños se instaló aquí en espaciosas casas con
jardín. Era también una forma de huir de una ciudad que ya no reconocían
como suya, cada vez más multicultural y abierta 24 horas para los
turistas atraídos por las luces del Barrio Rojo. (...)
Para los estándares de la mayoría de los países europeos
Almere sería una ciudad ordenada, limpia, pujante y con cierto encanto,
pero en el contexto holandés, con una renta media por habitante de más
de 50.000 euros, no tiene mucho prestigio vivir por estos lares. "Antes
la gente se tenía respeto. Podías dejar tu casa y tu coche abiertos.
Ahora no nos sentimos seguros. No es odio, es la verdad, guste o no",
explica Simone Bradwijk, de 40 años. Ha oído el rumor de que Wilders iba a aparecer por sorpresa para dar un mitín en Almere y lleva un rato dando vueltas con su mejor amiga, Astrid van Dongen.
Las amigas están locas por toparse con el político que ha
prometido cerrar las fronteras a los inmigrantes islámicos, prohibir el
Corán y cerrar mezquitas. "Va a ganar, va a cambiar este país y el resto
de políticos va a tener que terminar apoyándolo. Cada vez somos más",
dice van Dongen, tocada con un sombrero. (...)
Que cada vez sean más puede ser verdad, a la luz de los sondeos que colocan a Wilders
con posibilidades de ser el más votado esta semana, en la que será la
primera de las grandes citas electorales europeas que van a medir este
año el poder real de la ultraderecha en Holanda, Francia y Alemania y quizá Italia.
Lo que no es cierto, con los datos en la mano, es que Almere sea ahora
una ciudad más peligrosa. El índice de criminalidad ha bajado un 14%, su
nivel más bajo en la última década, según un informe municipal. La
razón del descenso es que han logrado atajarse los robos en vivienda.
Gerry y JP almuerzan a mediodía dentro de la furgoneta. Antes de
jardinero, Gerry dice que fue camionero de una empresa de pollos. Era un
empleo muy reputado y bien pagado pero la mayoría de empresas de
transporte se deslocalizaron a Rumania
y ahora son los camioneros rumanos los que cruzan la carretera con la
bodega llena de pollos.
En esa época trató con muchos trabajadores
inmigrantes, "tipos que trabajaban duro", pero cree que muchos otros
viven de las ayudas sociales. Ambos dicen haber perdido la fe en los
partidos tradicionales y no tienen muy claro que el Estado les favorezca
en algo.
Para algunos las aguas no bajan tan revueltas. (...) Robert Schipper, de 47 años, pesca en un canal y dice que
en Almere "se vive de maravilla" y que todo el que venga a esforzarse es
bienvenido. Lo mismo opina Sjoend, basurero municipal: "creo que somos
todos iguales y tenemos los mismos derechos".
No es difícil saber dónde está la mezquita del centro. Solo
hay que seguir a una ristra de hombres con barba y chilaba hacia un
camino que cruza un puente. Uno de cada cuatro habitantes de la ciudad
no es occidental, según un dato de la Oficina Central de Estadística de
2014. Se refiere a gente originaria de África, América Latina, Asia o
Turquía. Pero son los marroquíes -el 6% de la población, según Ipsos-
quienes han centrado las invectivas de Wilders.
El padre de Hassan Boukar llegó en la década de los sesenta a
trabajar en una fábrica de plástico. Una década después apeló a la
reunificación familiar y trajo a la mujer y a los hijos que le esperaban
en Tánger. Boukar, de 57 años, es uno de esos hijos a los que Holanda
le sonaba a un lugar remoto pero ahora conduce un torito en una fábrica
de coches.
Dice que "trabaja con ganas" y que intenta no hacer nada
incorrecto "porque con los inmigrantes se es más severo". Habla un
neerlandés más que correcto y tiene tres niños que ya nacieron en esta
tierra. Dice que se levanta cada día a las siete de la mañana y que ni
siquiera fuma tabaco. Nunca ha visto a nadie pidiéndole a los jardineros
que apaguen el cortacésped. " (Juan Diego Quesada, El País, 13/03/17)
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