"La clase obrera, o al menos la parte blanca, se ha revelado como
nuestro gran misterio nacional. Tradicionalmente demócratas, han ayudado
a elegir a un ampuloso y ostentoso milmillonario a la presidencia.
"¿Qué les pasa?" insisten los comentaristas liberales.
¿Por qué se creen
las promesas de Trump? ¿Son estúpidos o simplemente deplorablemente
racistas? ¿Por qué la clase obrera se ha alineado en contra de sus
propios intereses?
Yo nací en esta clase escurridiza y permanezco estrechamente conectada a ella a través de amistades y familia. (...)
Las fábricas de acero se callaron, las minas donde mi padre y mi
abuelo habían trabajado cerraron, las fábricas se fueron al sur de la
frontera. En este proceso se perdió mucho más que los trabajos; todo un
modo de vida en el centro del mito americano estaba llegando a su fin.
Los empleos disponibles, en campos como las ventas al por menor y la
atención sanitaria, estaban mal pagados, haciendo más difícil para un
hombre sin educación universitaria mantener a una familia por su cuenta.
Pude ver esto en mi propia familia, en que los nietos de los mineros y
de los trabajadores ferroviarios estaban aceptando trabajos como
conductores de camiones de reparto o encargados de restaurantes de
comida rápida o incluso competían con sus esposas para convertirse en
trabajadores minoristas o enfermeros.
Tal como observó Susan Faludi en
su libro de 1999 Stiffed[2],
la desindustrialización de América llevó a una profunda crisis de
masculinidad: ¿Qué significaba ser un hombre cuando un hombre ya no
podía mantener a una familia?
No era sólo un modo de vida
lo que se estaba muriendo sino también muchos de los que lo habían
vivido. Una investigación realizada en el año 2015 por Angus Deaton,
ganador del Premio Nobel de Economía, junto con su esposa, Anne Case,
mostró que la brecha de mortalidad entre los blancos con estudios
universitarios y los blancos sin estudios universitarios se había
ampliado rápidamente desde 1999.
Unos meses más tarde, unos economistas
de la Brookings Institution encontraron que para los hombres nacidos en
1920, había una diferencia de seis años en la esperanza de vida entre el
10 por ciento mejor pagado y el 10 por ciento más bajo. Para los
hombres nacidos en 1950, esa diferencia había pasado a más del doble, a
14 años.
El tabaquismo, que actualmente es un hábito sobre todo de la
clase trabajadora, podría representar sólo un tercio del exceso de
muertes. El resto era aparentemente atribuible al alcoholismo, las
sobredosis de drogas y el suicidio, generalmente por disparos de arma de
fuego, lo que a menudo se denomina "enfermedades de la desesperación".
En el nuevo panorama económico de empleos mal pagados en el sector
servicios, algunas de las viejas panaceas de la izquierda han dejado de
tener sentido. El “pleno empleo”, por ejemplo, fue el mantra de los
sindicatos durante décadas, pero ¿qué significa cuando la paga de tantos
puestos de trabajo ya no es suficiente para vivir?
(...) cuando a finales de los años noventa fui, como periodista encubierta, a
comprobar la viabilidad de los puestos de trabajo de nivel de entrada,
me encontré con que mis compañeros de trabajo (camareros, cuidadores de
ancianos, criadas con un servicio de limpieza, "asociados" de Walmart)
vivían en su mayor parte en la pobreza.
Como expliqué en el libro
resultante, Nickel and Dimed, algunos no tenían un hogar y
dormían en sus coches, mientras que otros se saltaban el almuerzo porque
no podían permitirse más que una pequeña bolsa de Doritos. Eran
trabajadores a tiempo completo y era una época, como la actual, de casi
pleno empleo. (...)
Otra solución en boga a la crisis de la clase trabajadora era la readaptación laboral. (...)
A principios de los 90 cené en una Pizza Hut con un minero despedido
en Butte, Mont (en realidad, los despedidos son los únicos mineros
existentes en Butte). Este cincuentón se rió cuando me dijo que le
estaban aconsejando obtener un título de enfermería. No pude evitar
reírme también, no por la incongruencia de género, sino por la idea de
que un hombre cuyas herramientas habían sido una piqueta y la dinamita
debiera ahora cambiar tan radicalmente su relación con el mundo.
No es
de extrañar que cuando a los trabajadores de cuello azul se les diera la
opción entre el reciclaje de empleo, tal como proponía Clinton, y la
recuperación no se sabe como, milagrosamente, de sus antiguos empleos,
como proponía Trump, se decantaran por este último.
Actualmente,
cuando los políticos invocan a la “clase obrera”, es probable que se
refieran, anacrónicamente, a una fábrica abandonada. Sería más
realístico servirse de un hospital o un restaurante de comida rápida
como referencia. La nueva clase obrera consiste en muchas de las
ocupaciones tradicionales de cuello azul (conductor de camión,
electricista, fontanero) pero en general, es más probable que sus
miembros usen más bien fregonas que martillos y bacinillas en vez de
paletas. (...)
Negros e hispanos han sido desde hace tiempo una parte importante,
aunque no reconocida, de la clase obrera, y ahora es más femenina y
contiene muchos más inmigrantes también. Si el estereotipo de la vieja
clase obrera era un hombre con casco, el nuevo está mejor representado
por una mujer cantando, “¡El pueblo unido jamás será vencido!”
Los
antiguos empleos no volverán, pero hay otra forma de abordar la crisis
provocada por la desindustrialización: pagar mejor a todos los
trabajadores. La gran innovación laboral del siglo XXI han sido las
campañas dirigidas a elevar los salarios mínimos locales o estatales.
Los activistas han logrado aprobar leyes de salarios suficientes para
vivir en más de cien condados y municipios desde 1994 apelando a un
simple sentido de justicia: ¿Por qué se debería trabajar a tiempo
completo, durante todo el año y no ganar lo suficiente para pagar el
alquiler y otras necesidades básicas? Las encuestas demostraron que
había grandes mayorías que favorecían el aumento del salario mínimo (...)
Nuestro viejos tiempos de Long Island se acabaron hace muchos años:
la casa vendida, las antiguas amistades desgastadas por la edad y la
distancia. Lo encuentro a faltar. Como grupo no teníamos ninguna
ideología en particular, pero nuestra visión, que se articulaba a través
de nuestras fiestas, en vez de con un manifiesto cualquiera, era
utópica, especialmente en el contexto de Long Island, donde si querías
alguna ayuda del condado tenías que ser un republicano registrado.
Si
tuviéramos que resumirlo, podríamos hacerlo con la vieja palabra
“solidaridad”: si te unes a mi piquete yo me uno al tuyo y quizás
podemos ir todos juntos, con los niños, a protestar a la planta química
que está infiltrando toxinas en nuestro suelo, y luego haremos una
barbacoa en mi jardín. No nos interesaba la pequeña política. Queríamos
un mundo en que se respetara el trabajo de cada uno y se oyera cada voz.
Nunca
esperé formar parte nuevamente de algo así hasta que en 2004 descubrí
un grupo similar, mucho mejor organizado en Fort Wayne, Indiana. El
Northeast Indiana Central Labor Council (Consejo Laboral Central del
Nordeste de Indiana), como se llamaba entonces, reunía a inmigrantes
mexicanos que trabajaban en la construcción y que habían sido
contratados para reemplazar a los miembros de los sindicatos de la
construcción nacidos allí, más trabajadores de la fundición despedidos y
trabajadores birmanos, profesores adjuntos y conserjes.
Su objetivo,
según el presidente de la época, Tom Lewandowski, un antiguo obrero de
General Electric que actuó en la década de 1990 como enlace de la
AFL-CIO con el movimiento insurgente polaco Solidarnosc, era
crear una “cultura de solidaridad”.
Se inspiraron en la constatación de
que no basta con organizar a las personas que tienen trabajo; hay que
organizar también a los desempleados, así como a los “empleados con
ansiedad”, lo que significa potencialmente toda la comunidad. Su táctica
no demasiado secreta eran las fiestas y los picnics, a algunos de los
cuales tuve la suerte de asistir.
El panorama de Fort Wayne incluía a gente de todos los colores y colores
de cuellos, trabajadores legales e indocumentados, liberales y
conservadores políticos, algunos de los cuales apoyaron a Trump en las
últimas elecciones. Se demostró que había un nuevo tipo de solidaridad,
aún cuando los antiguos sindicatos no estuvieran preparados.(...)" (Barbara Ehrenreich
, Sin Permiso, 08/03/2017)
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