"(...) Recientemente nos enteramos de que el Servicio Público de Empleo
Estatal modificó los contratos de investigadores predoctorales sin
avisar a los afectados, que pasaban a estar en prácticas, perdiendo con
ello los mínimos derechos de los que gozaban.
Una gota más, pero el vaso
no se colma todavía, tal vez por la liquidez del entorno, que diría
Zygmunt Bauman. Aún así, es evidente que la precariedad y el desempleo
campan a sus anchas por el Reino, apareciendo repetidamente en las
encuestas como las principales preocupaciones de los ciudadanos, junto a
la corrupción.
Sin embargo, los investigadores somos los primeros en
acatar las reglas del juego. Reglas arbitrarias, cambiantes, injustas,
denigrantes, pero reglas al fin y al cabo, que a los que decidirán si
seguimos jugando o nos vamos directamente a la casilla de la
marginalidad (“los jefes”; jefas hay pocas) no parecen disgustarles
demasiado.
¿Qué mejor que tener a becarios muertos de miedo por no poder
terminar el doctorado, después de años de pedirle dinero a sus padres o
compaginar diversas ocupaciones para financiárselo, másters y remásters
incluidos?
¿A cuántos no les ocurre hoy en día tirar mes a mes con el
nada abultado sueldo de su pareja o ser investigador a tiempo parcial,
por ejemplo haciendo experimentos de alta complejidad tras haber
trabajado toda la noche? Es curioso: nos encanta la épica
valleinclanesca pero a la vez queremos ser serios y obtener “resultados
escandinavos”…
Clama al cielo, pero aquí todo el mundo se hace el
despistado. El gobierno, porque la precariedad no es en realidad una
medida transitoria, sino una característica del “mercado laboral”, que
siempre ha afectado a las clases trabajadoras y que actualmente se está
instalando en el corazón de su estructura; los catedráticos e
investigadores principales, porque llevan décadas ocupando plazas
públicas que aparecieron con el animal mitológico llamado Estado del
Bienestar y salvo honrosas excepciones adolecen por completo de empatía
para con sus subordinados; a los centros de investigación, incluyendo
las universidades, que mantienen el prestigio y los fondos públicos con
mano de obra tirada de precio, combinación perfecta para despertar el
interés del ámbito privado; y los propios investigadores “jóvenes”,
porque hemos aceptado el mantra de que no somos trabajadores como otros
cualquiera y que apretando los dientes un poco más seremos los
“elegidos”, los Percevales que hallarán el Santo Grial y serán
recompensados con fama y prestigio (y, quién sabe, tal vez también con
un sueldo correcto y cotizando para el día de mañana, u otras cuestiones
similarmente carpetovetónicas). (...)
En esta ocasión, la organización, la movilización y la presión mediática
han hecho rectificar al Ministerio de Empleo, que según ha dicho la
ministra, deshará el entuerto. No lo olvidemos, pues demuestra que más
nos vale ser “elegidos” a lo Neo Anderson y escoger la pastilla roja en
caso de que algún Morfeo nos la ofrezca. Si no, dentro de poco nos
podremos aplicar todos la máxima de Brecht-Niëmoller.
Mientras sigamos
pensando que lo que falla es algo transitorio, cuestión de mala suerte o
de vacas flacas, y que la pasión por nuestro trabajo (y la obsesión por
distinguirnos de otros profesionales, especialmente los manuales o
“blue collar”) nos siga atomizando como si fuéramos “emprendedores” de
tres al cuarto, nuestro factor de impacto tal vez esté por las nubes,
pero nuestra dignidad y nuestro futuro seguirán a ras de suelo." (Juan M Pericàs, Médico e investigador precario, Público , 13/03/17)
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