"(...) Su libro une democracia española a una creación forzada de la
clase media. ¿Es fatal esa relación? ¿Cómo se encuentran la democracia y
la clase media esta mañana a primera hora?
Toda clase media es una creación “forzada”. La clase media no se
produce en las “relaciones de mercado”, por decirlo de forma clásica, en
el desigual reparto de la propiedad y el control sobre los medios de
producción. En ese espacio solo hay lugar para los desheredados, los
pequeños propietarios y los grandes propietarios.
La clase media se
fabrica a posteriori, tras la intervención del Estado; su intervención
como regulador del mercado de trabajo, como seguro colectivo frente a la
fragilidad de la existencia (enfermedad, vejez, etc.), como mecanismo
parcial de redistribución de la riqueza, como empleador de un cuerpo
social protegido frente a los vaivenes del mercado (el funcionariado),
como garante de determinados títulos educativos proporcionados en su
mayoría por él mismo.
La clase media es consecuencia del Estado social,
esto es, después de que el socialismo histórico se convirtiera en
Estado.
Plantea la clase media en España como algo que se construía a
la vez que, en cierta manera, se destruía, a la sombra del Estado. Da
por finalizada la clase media muy tempranamente tras el 78, antes del
siglo XXI, y dibuja que, como quien dice, la clase media afecta a una
sola generación, la de la Transi. ¿El futuro político pasa por gobernar
para esa generación?
En realidad en el caso español y en general en Europa, la crisis de
la clase media se debe situar un poco después. Una fecha aceptable
podría ser la firma y aplicación del Tratado de Maastricht, de 1992 en
adelante.
Es el acta de desmantelamiento del Estado social, al tiempo
que se aplican límites claros al gasto público como recurso ilimitado
para la pacificación social. Desde entonces, también, se decreta que los
servicios sociales van a ser un territorio privilegiado para el
negocio, un nicho de acumulación para un capitalismo en crisis:
liberalización de servicios, externalizaciones, privatizaciones, partenariados público-privados, amén de fondos de pensiones, seguros médicos privados, créditos al estudio, etc.
Por eso la generación forjada en la Transición es la última que
propiamente vive la edad dorada de las clases medias españolas
tópicamente identificadas con la primera década de gobierno socialista.
La paradoja es que esta época coincide con el desmantelamiento dramático
de la clase obrera como sujeto político, y también como espacio
cultural propio.
Así se explica que en los ochenta del siglo XX
convivieran la nueva jet set de Marbella y el “enriqueceos” de
Solchaga con la heroína, expresión última de la devastación y la falta
de horizontes de la juventud “de barrio”. La centralidad de esta
generación reside en su propia identificación con esos “años buenos” de
la democracia española.
¿Qué sucederá a la clase media? ¿Vuelta a la clase obrera? ¿Una lumpenclase media, o clase media precaria?
El término “lumpen” es aquí del todo apropiado, como una combinación
de “casi” y “cutre”; la actual clase media es un “sí pero no”, que puede
derivar en toda clase de monstruos políticos, pero también de
esperanzas. La aspiración a una vida tranquila, con futuro y
garantizada, aparentemente como resultado del trabajo y el esfuerzo
propio (pero en realidad solo gracias a la intervención del Estado),
seguirá dando formato a la gran mayoría de la sociedad.
El problema es
la gestión de esta aspiración cuando ya no es viable más que para
segmentos de población muy determinados. De momento podemos decir que la
crisis de la clase media (del ciclo que va de la crisis de la
socialdemocracia a la crisis del “social-liberalismo”) ha dado lugar a
fenómenos tan dispares como Podemos y el Front National, Syriza y el Brexit, Cinque Stelle y Alternativa por Alemania.
La Europa de dos velocidades, que parece que se está dibujando, ¿son dos Europas, y una sin clase media?
Más bien resulta de un problema común a todos los países (la crisis
del capitalismo europeo en el marco de la globalización financiera),
pero que tiene expresiones políticas distintas, según la posición
económica de cada país y de su propia experiencia como “centro” del
mundo. En los países de memoria imperial reciente, la tentación
nacionalista y el repliegue a la grandeur patria tiene reflejos políticos en su propia crisis social.
El nacionalismo autoritario y racista es parte de la historia de
Europa. En el sur del continente se ha producido, en cambio, un giro a
la izquierda. Pero incluso en Syriza o en Podemos resuenan elementos
parecidos a los que se escuchan en el norte: la demanda de soberanía
nacional, el retorno a los viejos tiempos de la sociedad garantizada y
protegida…
No creo que las experiencias de Syriza o Podemos vacunen
definitivamente a estas sociedades frente a expresiones políticas de lo
que cada vez más se llama “populismo de derechas”.
En su libro une el 15M y Podemos a una autopercepción de clase media. ¿Vienen a ser un quejido, una añoranza o una despedida?
Sin duda un “quejío”, pero que se puede interpretar de
distintas maneras. El 15M y todo el ciclo político ha basculado entre
dos polos. De un lado, la aspiración a una radicalización democrática,
que es consustancial a la crítica de la representación y, por lo tanto,
al Estado como monopolista de lo político.
Lo que traducido en términos
sociales podría ser algo así como una superación de la clase media por
medio de la democracia radical y un amplio programa de distribución. De
otro, un anhelo de restauración de la meritocracia, de la democracia
representativa como ideal de buen gobierno y legítimo mecanismo de
distribución y reparto social.
En este último polo se encuentran las
interpretaciones más conservadoras del ciclo, y obviamente la que ha
impulsado el grueso de la apuesta institucional liderada por Podemos. (...)
Plantea, si me permite, España como un Estado casi fallido,
que nunca acaba de fallar. ¿Por qué lo fallido, por aquí abajo, nunca
falla?
Esa es la condición de los Estados actuales, no sólo de España sino
de todos los Estados. Si quieres una fórmula sencilla: los Estados
“fallan” más cuanto más te alejas del centro. La regla principal, aunque
no es la única, de la crisis del Estado es que ésta depende del volumen
de recursos que, por su posición en la división internacional del
trabajo, logra captar y gestionar.
Por eso los Estados fallidos son los
más pobres y los más dependientes. España (el Estado-España) tiene
muchos rasgos idiosincráticos pero no escapa a esta regla que se aplica
también a Italia, Grecia y Portugal como variantes de un mismo caso:
crisis en la superficie, en el sistema de partidos, pero no tanto del
núcleo duro del Estado.
Inserta la crisis económica, dura, en una crisis de largo
recorrido, como la crisis política española y la crisis de la
democracia. ¿Qué nos queda por vivir?
Años interesantes, quizás desgraciadamente, al menos para quienes
tengan casi toda la vida por delante. La palabra que gobierna el futuro
es incertidumbre. La idea de progreso no va a complacer a aquellos que
todavía la defienden.
La decadencia de Occidente no es como la que
señalaron los reaccionarios de hace 100 o 150 años, no es el viejo mundo
que se descompone, es el nuevo colapsando y para el que no hay
recambio.
Es la crisis de un capitalismo global, gripado en sus formas de
funcionamiento tradicionales, empujado a una espiral de financiarización
bastante enloquecida, incapaz de encontrar instituciones de regulación
como en tiempos fuera el Estado-nación. Es un capitalismo triunfante,
sin contraparte, pero también en el que no se dibuja ninguna salida
clara a sus propias contradicciones.
Valga como ejemplo que todo lo que
empujó a la crisis global de 2007 (el apalancamiento bancario, el exceso
de capacidad productiva a nivel global, la tendencia a suplir por vías
financieras la caída de los beneficios empresariales, y en otro orden la
crisis del Estado y de las clases medias) persiste 10 años después, sin
ninguna modificación sustantiva." (...)" (Entrevista a Emmanuel Rodríguez, historiador y sociólogo, de Guillem Martínez, CTXT, 10/03/17)
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