"Sesenta años después de la firma del Tratado de Roma, Europa no tiene
mucho que celebrar. Es una efeméride. Importante, eso sí.
Pero es
también la celebración de un fracaso. De un Gran Error que se clavó en
la médula de Europa como un puñal envenenado, en la década de los
noventa. Me explico, porque no es fácil argumentar en pocas líneas una
tesis densa y siniestra, como la Europa misma. (...)
Nació Europa como un niño maltratado pero mimado. (...) A velocidad de vértigo la UE se convirtió en una historia de éxito.
Plagada de frustraciones también, pero los eurócratas sacaron partido
del favorable ambiente económico occidental y de la paz política entre
las dos grandes familias europeas: democratacristianos y
socialdemócratas. Hasta que llegaron Reagan y Thatcher, en los años
ochenta, y con ellos la corriente predominante del neoliberalismo
impregnó el pensamiento económico y los intereses políticos. La Europa
comunitaria, presa de su debilidad, se olvidó de lo que había bautizado
como la Europa Social, la economía social de mercado, el keynesianismo
¿congénito? al modelo fiscal europeo, y apostó aún más fuerte por lo que
siempre se había llamado la Europa de los mercaderes, si bien su
semblante cambió más bien hacia la Europa de las grandes corporaciones y
los intereses financieros globalizados.
Llegó el Tratado de Maastricht en un momento ideal pero
extremadamente peligroso. La UE quiso avanzar hacia la moneda única,
dejándose llevar por la ambición de abarcar con ella todo el espacio
posible, no sólo empresarial y geográfico, sino también en el corazón de
unos ciudadanos que podían mirar con ilusión el proyecto aunque muy
pronto sintieron que no iba con ellos, sino más bien contra ellos.
La
Unión Monetaria vaciaba el alma de la ciudadanía europea, tecnificaba
las decisiones de política económica y pretendía unificarlo todo por la
fuerza, aunque no fuera manu militari. (...)
Ante el panorama interno (creciente intolerancia), y externo (con una
Europa que pierde peso en un mundo que creía suyo hasta hace décadas),
que se dibuja en el horizonte, no hay mucho que celebrar. Emergen nubes
negras de nuevo proteccionismo, aumento del gasto militar, fórmulas
reforzadas de exclusión social, y crecientes desigualdades locales y
globales.
Parecen triunfar los nacionalismos y el tribalismo, en lugar
de la cooperación y la integración, como proclaman la mayoría de los
organismos internacionales. (...)
Europa celebra su Gran Error: empeñarse en crecer sobre la moneda, la
economía, la expansión geográfica y unas instituciones que, salvo
excepciones, carecen de sensibilidad para apreciar lo que sucede y tomar
las riendas del rumbo hacia otra Europa.
(...) de seguir así, cada vez habrá menos que celebrar.(...)" (José Antonio Nieto SolísProfesor titular de Economía Aplicada (UCM), Público, 25/03/17)
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