"(...) “La izquierda nos ha traicionado, nos ha abandonado”, dice Maxime Clément, el excomunista.
Los tres son militantes del Frente Nacional,
que aspira a conquistar el poder en las elecciones presidenciales del
23 de abril y el 7 de mayo. Los coches y camiones entran y salen de la
fábrica. La mayoría frena, recoge el folleto y sigue el camino hacia
casa.
“Bravo, tíos. Viva Marine”, les dice un trabajador que sale del turno de mañana.
La entrada de una fábrica podría parecer hasta hace unos años un territorio hostil para el FN. En el Valle del Fensch, el oxidado pulmón siderúrgico del país, no lo es. (...)
El partido de las clases medias empobrecidas. El de
los que quieren hacer borrón y cuenta nueva con una clase política —un
sistema— que sienten que les ha traicionado. El primer partido obrero de
Francia.
“No es la inmigración, es el hartazgo”, resume Hervé Hoff, uno de los tres activistas, que además será candidato a la Asamblea Nacional en las legislativas de junio.
La frase, en boca de militantes y votantes del FN, se
repetirá con leves variaciones a lo largo de este viaje, de norte a
sur, por la Francia del Frente Nacional. Es una versión actualizada del
manido es la economía, estúpido, que un asesor
de Bill Clinton acuñó en 1992 para indicar que las cuestiones del
monedero acababan decidiendo las elecciones.
Si, para el FN de hace
veinte o treinta años, el eslogan era efectivamente “es la inmigración,
estúpido”, en el valle del Fensch y en otras partes del norte de Francia
este discurso queda tapado por la crisis económica. (...)
El geógrafo Christophe Guilluy describió en su ensayo La Francia periférica
las fracturas que permiten prosperar al Frente Nacional. Según Guilluy,
la fractura francesa no es tanto étnica ni social, sino territorial.
La
Francia del centro contra la de la periferia. París y las grandes
ciudades, conectadas a la globalización y competitivas con Londres,
Nueva York o Shanghái; y la provincia alejada del centro, “invisible y
olvidada”, “marginalizada culturalmente y apartada geográficamente”. La
primera Francia es la de “los liberales”, escribe Guilluy, “partidarios
de una sociedad de libre cambio, de la movilidad sin fin”.
Electoralmente se ubica en el espacio que va del centroizquierda al
centroderecha. En la segunda Francia, la periférica, viven quienes creen
en “un modelo económico alternativo, basado en el proteccionismo, la
relocalización [en vez de la deslocalización de las empresas] y el
mantenimiento de un estado fuerte”.
Dentro de la segunda Francia, Guilluy distingue dos frentes nacionales.
El FN del Sur, donde la demografía —una población autóctona envejecida
en tensión de jóvenes de origen inmigrante — es el factor principal de
movilización.
Y el FN del Norte, que tiene sus capitales en ciudades
como Hayange, golpeadas por la desindustrialización. El primero sería el
FN de siempre, el del discurso contra los inmigrantes; el segundo, el
que atrae a lo que los franceses llaman las clases populares con
argumentos a veces parecidos a los de la izquierda. (...)
Laficara y Heller reciben a primera hora de la tarde
en la casa de la primera, en una urbanización encaramada en una colina
sobre el valle. Recuerdan que, antes, el bachillerato abría las puertas a
un buen trabajo. Que con el euro todo se encareció.
Que sus padres y
abuelos inmigrantes se integraron pero que ahora es distinto: no es la
inmigración, es el hartazgo, pero se trata de un hartazgo que ocurre
porque, se quejan, llegan inmigrantes que reciben todo tipo de ayudas
públicas y no se integran.
“No es por racismo. No podemos serlo. Pero la
izquierda no funciona. La derecha no funciona. Hay que probar algo
distinto”, dice Laficara.
“La gente dice: 'Da miedo ver a Marine Le Pen en el
poder'. Yo digo: ‘Me gustaría ver a una mujer en el poder en Francia”,
interviene Heller en otro momento.
“Yo no estoy del todo persuadida”, admite Laficara.
“No creo que logre hacer todo lo que dice. Y salir de Europa y del euro
no sé si es esto es bueno. Para mí lo importante es el cambio”.
Heller está convencida de votar por Le Pen, en la
primera y en la segunda vuelta. Laficara votará por ella en la primera
vuelta. En la segunda, verá.
Los votantes del FN escapan a la caricatura. Hace
décadas que en su mayoría tienen poco que ver con el militante
tradicional de extrema derecha. “No son ni estúpidos ni están
manipulados”, escribe Guilluy. "Plantean análisis racionales de lo que
han vivido y sacan consecuencias, discutibles, sí, pero que tienen una
explicación.”
Lo explica Hervé Hoff, uno de los tres activistas que reparte folletos de Marine Le Pen enfrente de la fábrica.
“Hoy la izquierda ya no defiende al obrero”, dice.
"Lo que el partido comunista representaba hace cuarenta años, este mundo
lo defiende el Frente Nacional”. El primer partido de los obreros: de
los obreros franceses. (...)
El tercero del equipo, Maxime Clément, le da un
folleto a un trabajador que sale en coche. Por primera vez, la respuesta
es hostil.
“Racistas. No os queremos, racistas. Adiós, racistas”, dice.
“Este tipo no ha entendido nada”, comenta después
Clément. “¿Le digo por qué? Mi hija está casada con un negro. Si fuese
racista, no lo habría dejado entrar en casa”. (...)" (Marc Bassets, El País, 15/04/17)
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