19.4.17

El hartazgo que impulsa a Le Pen... hoy la izquierda ya no defiende al obrero. "Lo que el partido comunista representaba hace cuarenta años, este mundo lo defiende el Frente Nacional". Mi hija está casada con un negro. Si fuese racista, no lo habría dejado entrar en casa”

"(...) “La izquierda nos ha traicionado, nos ha abandonado”, dice Maxime Clément, el excomunista.
Los tres son militantes del Frente Nacional, que aspira a conquistar el poder en las elecciones presidenciales del 23 de abril y el 7 de mayo. Los coches y camiones entran y salen de la fábrica. La mayoría frena, recoge el folleto y sigue el camino hacia casa.

“Bravo, tíos. Viva Marine”, les dice un trabajador que sale del turno de mañana.

La entrada de una fábrica podría parecer hasta hace unos años un territorio hostil para el FN. En el Valle del Fensch, el oxidado pulmón siderúrgico del país, no lo es. (...)

El partido de las clases medias empobrecidas. El de los que quieren hacer borrón y cuenta nueva con una clase política —un sistema— que sienten que les ha traicionado. El primer partido obrero de Francia.

“No es la inmigración, es el hartazgo”, resume Hervé Hoff, uno de los tres activistas, que además será candidato a la Asamblea Nacional en las legislativas de junio.

La frase, en boca de militantes y votantes del FN, se repetirá con leves variaciones a lo largo de este viaje, de norte a sur, por la Francia del Frente Nacional. Es una versión actualizada del manido es la economía, estúpido, que un asesor de Bill Clinton acuñó en 1992 para indicar que las cuestiones del monedero acababan decidiendo las elecciones. 

Si, para el FN de hace veinte o treinta años, el eslogan era efectivamente “es la inmigración, estúpido”, en el valle del Fensch y en otras partes del norte de Francia este discurso queda tapado por la crisis económica.  (...)

El geógrafo Christophe Guilluy describió en su ensayo La Francia periférica las fracturas que permiten prosperar al Frente Nacional. Según Guilluy, la fractura francesa no es tanto étnica ni social, sino territorial. 

La Francia del centro contra la de la periferia. París y las grandes ciudades, conectadas a la globalización y competitivas con Londres, Nueva York o Shanghái; y la provincia alejada del centro, “invisible y olvidada”, “marginalizada culturalmente y apartada geográficamente”. La primera Francia es la de “los liberales”, escribe Guilluy, “partidarios de una sociedad de libre cambio, de la movilidad sin fin”.

 Electoralmente se ubica en el espacio que va del centroizquierda al centroderecha. En la segunda Francia, la periférica, viven quienes creen en “un modelo económico alternativo, basado en el proteccionismo, la relocalización [en vez de la deslocalización de las empresas] y el mantenimiento de un estado fuerte”.

Dentro de la segunda Francia, Guilluy distingue dos frentes nacionales. El FN del Sur, donde la demografía —una población autóctona envejecida en tensión de jóvenes de origen inmigrante — es el factor principal de movilización. 

Y el FN del Norte, que tiene sus capitales en ciudades como Hayange, golpeadas por la desindustrialización. El primero sería el FN de siempre, el del discurso contra los inmigrantes; el segundo, el que atrae a lo que los franceses llaman las clases populares con argumentos a veces parecidos a los de la izquierda. (...)

Laficara y Heller reciben a primera hora de la tarde en la casa de la primera, en una urbanización encaramada en una colina sobre el valle. Recuerdan que, antes, el bachillerato abría las puertas a un buen trabajo. Que con el euro todo se encareció.

 Que sus padres y abuelos inmigrantes se integraron pero que ahora es distinto: no es la inmigración, es el hartazgo, pero se trata de un hartazgo que ocurre porque, se quejan, llegan inmigrantes que reciben todo tipo de ayudas públicas y no se integran.

“No es por racismo. No podemos serlo. Pero la izquierda no funciona. La derecha no funciona. Hay que probar algo distinto”, dice Laficara.

“La gente dice: 'Da miedo ver a Marine Le Pen en el poder'. Yo digo: ‘Me gustaría ver a una mujer en el poder en Francia”, interviene Heller en otro momento.

“Yo no estoy del todo persuadida”, admite Laficara. “No creo que logre hacer todo lo que dice. Y salir de Europa y del euro no sé si es esto es bueno. Para mí lo importante es el cambio”.

Heller está convencida de votar por Le Pen, en la primera y en la segunda vuelta. Laficara votará por ella en la primera vuelta. En la segunda, verá.

Los votantes del FN escapan a la caricatura. Hace décadas que en su mayoría tienen poco que ver con el militante tradicional de extrema derecha. “No son ni estúpidos ni están manipulados”, escribe Guilluy. "Plantean análisis racionales de lo que han vivido y sacan consecuencias, discutibles, sí, pero que tienen una explicación.”

Lo explica Hervé Hoff, uno de los tres activistas que reparte folletos de Marine Le Pen enfrente de la fábrica.

“Hoy la izquierda ya no defiende al obrero”, dice. "Lo que el partido comunista representaba hace cuarenta años, este mundo lo defiende el Frente Nacional”. El primer partido de los obreros: de los obreros franceses. (...)

El tercero del equipo, Maxime Clément, le da un folleto a un trabajador que sale en coche. Por primera vez, la respuesta es hostil.

“Racistas. No os queremos, racistas. Adiós, racistas”, dice.

“Este tipo no ha entendido nada”, comenta después Clément. “¿Le digo por qué? Mi hija está casada con un negro. Si fuese racista, no lo habría dejado entrar en casa”. (...)"               (Marc Bassets, El País, 15/04/17)

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