19.6.17

Lo que ayuda a acabar con la ocupación es hablar mucho del Israel real. De los jóvenes llegados de Brooklyn que se instalan en los asentamientos Cisjordania al grito de que esa tierra les pertenece a ellos y no a los ancianos cuya familia lleva generaciones cultivando los olivos

"(...) No, la de los dos Estados no es la posición mayoritaria ni de lejos en la sociedad israelí hoy. Hubo a grandes trazos dos intentos de lograr los “dos Estados que viven en paz y seguridad uno al lado del otro”, idea fetiche del proceso de Madrid y los acuerdos de Oslo.

 La primera fue la del laborismo israelí: dice la leyenda que nunca estuvo tan cerca la paz como en Taba en enero del 2001. Ese proceso, en realidad, había muerto unos meses antes, cuando Ariel Sharon visitó la Explanada de las Mezquitas y dio inicio la segunda Intifada. La llamada izquierda israelí jamás se recuperó de la acusación de la derecha de que la sangre vertida en la segunda Intifada fue consecuencia de su esfuerzo por lograr la paz. 

El segundo intento lo protagonizó, paradójicamente, Sharon. Más que intento fue convicción: la de que el sionismo debía sacrificar parte de la tierra a cambio de asegurarse la mayoría demográfica judía y el carácter democrático del Estado. Es decir, que Israel no podía permitirse seguir gestionando la vida de miles de palestinos bajo ocupación y que, de seguir así,  su lucha mutaría de un movimiento de liberación nacional a otro de derechos civiles.

Quién sabe adónde habría llevado su convicción Sharon si la enfermedad no se hubiera cruzado por su camino. Lo que sí sabemos es que sus famosas “dolorosas concesiones” pasaban por desmantelar los asentamientos en Gaza a cambio de no tocar prácticamente nada en Cisjordania. 

Su Palestina era un Estado territorialmente “contiguo” (bloques unidos por carreteras, puentes y túneles) pero no continuo, un delicioso eufemismo. Ambos intentos tenían otras cosas en común: de la vuelta de los refugiados palestinos, ni media palabra, por ejemplo. Entendían la paz como ausencia de violencia, y no como justicia.

La sociedad israelí, pese a esos 15.000 manifestantes en Tel-Aviv, no cree en la solución de los dos Estados. Por varios motivos. Primero, porque a pesar de que cueste discernirlo en el discurso siempre victimista (el pequeño país rodeado de grandes amenazas internas y externas ante las que se mantiene firme y duro), Israel ganó militarmente la segunda Intifada.

 Los israelíes lo saben. Los palestinos lo saben. Y los ganadores no ceden tierra a los perdedores. Segundo, porque a nivel de Estados y gobiernos Israel ganó políticamente la segunda Intifada. Y tercero, porque Israel, como Estado, no ha actuado nunca en aras de hacer no ya viable, sino simplemente posible, la solución de los dos Estados.

 Puede ser que algunos de sus dirigentes creyeran en ella; lo que es difícil de negar es que la maquinaria del Estado, desde el Ejército a las instituciones, ha actuado sistemáticamente en su contra. De la década de los noventa hasta ahora, la ocupación, su maquinaria y su red de violencias se ha recrudecido. Hoy, los dos Estados, incluso si Palestina fuera contigua a lo Sharon, son inviables. Para ello hace falta tan solo mirar un mapa. Pero es que, además, la gran mayoría de los políticos israelíes de hoy no cree en la solución de los dos Estados. Nunca lo ha creído, como es el caso por ejemplo del mismo Netanyahu.

Y sí, hay 15.000 manifestantes en Tel-Aviv. Y existe Breaking the Silence. Y B’tselem. Y Gideon Levy y Amira Hass. Y J Street en Washington. Y un puñado de periodistas que hacen vídeos en los que denuncian la ocupación que triunfan mucho en las redes sociales. Pero sus voces son irrelevantes. Sucede lo contrario de lo que se acusa a los corresponsales extranjeros: según su peso real en la sociedad israelí, se les da una atención desproporcionada. 

Porque los objetores de conciencia en el Ejército son cuatro, y a casi todos se les ha hecho reportajes. Porque las denuncias de Breaking the Silence son desgarradoras, pero son una minoría clarísima dentro del entramado militar del país. 

Hay voces que claman por la paz entendida como justicia, y el fin de la ocupación en Israel, cierto, pero darles espacio y atención por encima de su representatividad real no ayuda en nada a acabar la ocupación. 

Al contrario. Lo que ayuda a acabar con la ocupación es hablar mucho, con rigor y sin frivolidades, del Israel real. Dar voz a los colonos. Publicar el contenido de los libros de texto. Escuchar a los líderes espirituales de los partidos religiosos. Entrevistar a los jóvenes recién llegados de Brooklyn que se instalan en los asentamientos más hardcore de Cisjordania al grito de que esa tierra les pertenece a ellos y no a los ancianos cuya familia lleva generaciones cultivando los olivos. 

No hablar de Breaking the Silence sino del juicio al soldado Elor Azaria, de su familia y de sus vecinos. Preguntar a los movimientos que defienden los derechos LGTBI en la Gay Parade de Tel-Aviv qué piensan de los derechos humanos en Gaza.

Porque, en el fondo, de quien hay que hablar es de Israel, de sus leyes, de sus políticas, de sus acciones. El fin de la ocupación está en manos del ocupante, no del ocupado."                (Joan Cañete Bayle. Redactor jefe de 'El Periódico de Catalunya'. Fue corresponsal en Oriente Medio, CTXT, 14/06/17)

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