"En aras de seguir manteniendo las cosas dentro de lo manejable,
limitemos el debate a un solo continente y a una sola semana: América
del Norte en los últimos siete días.
En Houston se han aplicado a
la dura y nada romántica tarea de recuperación de lo que los
economistas han anunciado que ha sido probablemente la tormenta más cara
de la historia norteamericana, y que los analistas del clima han
confirmado que tuvo desde luego las mayores precipitaciones estimadas en
toda la historia del país: en buena parte de su recorrido fue como una
tormenta de las de una vez cada 25.000 años, o sea que han de pasar 12
veces el tiempo desde el nacimiento de Cristo; en puntos aislados fue
una tormenta de las de una vez cada 500.000 años, lo que significa desde
cuando vivíamos en los árboles.
Mientras tanto, San Francisco no sólo
bate la marca de temperatura más elevada de todos los tiempos, que
rompió por 3 grados Fahrenheit, lo que debería ser bastante imposible
estadísticamente en un lugar con 150 años (es decir, 55.000 días) de
registros.
Ese mismo tiempo de calor rompió marcas arriba y abajo
de la Costa Oeste, salvo en aquellos lugares en donde una cortina de
humo de inmensos incendios forestales ensombrecía el sol: después de que
un incendio lograra de alguna manera saltar el poderoso río Columbia
entre Oregon y Washington, los habitantes del Noroeste de la costa del
Pacífico informaron de que la ceniza que caía era tan espesa que los
cielos les recordaban el día de la erupción del Monte Saint Helens en
1980.
Ese mismo calor, sólo un poco más tierra adentro, estaba
provocando una “sequía súbita” a lo largo del cinturón del trigo del
país,de Dakota del Norte y Montana; la evaporación de temperaturas
inéditas había marchitado el grano en el tallo hasta el punto de que
algunos agricultores no se estaban molestando en cosechar nada. En el
Atlántico, por supuesto, Irma salió disparada por las islas del Caribe
(“Es como si alguien con una segadora desde el cielo hubiera pasado
sobre la isla”, dijo un asombrado residente de Saint Maarten).
La
tormenta, la primera de categoría cinco que golpea Cuba en cien años,
zarandea en estos momentos la costa occidental de Florida este, después
de establecer la marca de presión barométrica más baja alguna vez
registrada en los Cayos, y podría romper fácilmente la marca de
catástrofe económica establecida hace sólo diez días por Harvey; ha
cambiado decididamente la psicología de la vida en Florida en las
décadas por venir.
Ah, y mientras Irma iba girando, le seguía el
huracán Jose como huracán de envergadura, mientras en el Golfo de
México, Katia daba vueltas hasta convertirse en una aterradora tormenta
propia, antes de chocar con tierra firme en México casi directamente a
través de la península, desde el punto en donde el terremoto más
contundente en cien años se ha cobrado docenas de vidas.
Dejando
aparte el terremoto, cada uno de estos acontecimientos cuadra con lo que
científicos y medioambientalistas se han pasado treinta infructuosos
años diciéndonos que cabía esperar del calentamiento global (hay en
realidad pruebas bastante convincentes de que el cambio climático está
desencadenando una mayor actividad sísmica, pero no hay necesidad de
rizar el rizo).
Esa larga relación de noticias de un continente
en una semana (que podría escribirse acerca de muchos otros continentes y
muchas otras semanas, no hay más que ver las recientes inundaciones en
el sudeste asiático, por ejemplo) es un relato preciso y pixelado de un
mundo que se calienta. Puesto que hemos quemado tanto petróleo y gas y
carbon, hemos puesto enormes nubes de CO2 y metano en el
aire, puesto que la estructura de esas moléculas atrapa el calor, se ha
calentado el planeta; puesto que el planeta se ha calentado, podemos ser
testigos de precipitaciones más intensas, de vientos más fuertes,
bosques y campos más secos.
No tiene misterio, en modo alguno. No es
uuna racha de mala suerte. No es Donald Trump (aunque evidentemente no
ayuda). No es el fuego del infierno que mandan para castigarnos. Es la
física. (...)
Hemos aumentado la temperatura de la Tierra algo más de un 1º
centígrado, lo que ha supuesto un recalentamiento extra suficiente para
dar cuenta de los horrores de los que estamos siendo testigos. Y con el
impulso que lleva inserto el sistema, vamos a llegar a algún punto cerca
de 2º centigrados, hagamos lo que hagamos. Eso será considerablemente
peor que donde estamos ahora, pero acaso sea costosamente soportable.
El
problema es que nuestra actual trayectoria de todo-como-de-costumbre
nos lleva a un mundo que es cerca de 3,5 º más cálido. Es decir, aunque
mantuvieramos las promesas que hicimos en París (que ya ha repudiado
Trump, por supuesto), vamos a construir un planeta tan recalentada que
no podremos tener civilizaciones. Tenemos que aprovechar el momento en
que ahora mismo estamos – el momento en que nos sentimos atemorizados y
vulnerables – y utilizarlo para reorientarnos de forma espectacular.
Los
últimos tres años han roto cada uno de ellos la marca del año más
cálido, son una señal que parpadea en rojo diciendo: “Espabílate”. No se
trata de aminorar la trayectoria de alguna manera, como contemplaban
los acuerdos de París, sino de pegar simultáneamente un frenazo a los
combustibles fósiles y meter a fondo el acelerador solar (y busca
también algunas metáforas que no dependan de la combustion interna).
Podríamos
hacerlo. No es tecnológicamente imposible: un estudio tras otro han
mostrado que llegar a un 100% de renovables a un coste manejable, cada
vez más manejable, puesto que el precio de los paneles solares y los
molinos de viento sigue desplomándose. Elon Musk está mostrando que se
pueden producer coches eléctricos en masa cada vez con menos sorpresas
en el precio. En esquinas remotas de África y Asia, los campesinos han
empezado a dejar atrás de un salto los combustibles fósiles e irse
directos a lo solar.
Los daneses acaban de vender su última compañía
petrolífera y han utilizado el dinero para construer más molinos de
viento. Hay ejemplos suficientes para hacer que la desesperación
aparezca como la cobarde huida que es. Pero todo el mundo en todas
partes tendría que moverse a una velocidad semejante, porque se trata de
hecho de una carrera contra el tiempo.
El calentamiento global es la
primera crisis que llega con un límite: resuélvelo pronto o no lo
resuelvas. Ganar lentamente no es más que un modo diferente de perder. (...)" (Bill McKibben
, Sin Permiso, 17/09/2017 , Fuente: The Guardian, 11 de septiembre de 2017)
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