21.11.17

Existe una Cataluña que en todos los momentos cruciales, menos en este, ha resultado determinante. Se arremolina en torno al área metropolitana de Barcelona, en la ciudad de Tarragona. Se trata de un voto que lleva treinta años diluyéndose en la abstención. Cabe imaginar qué habría sido de la situación política catalana si este espacio se hubiese articulado en torno a Podem

"(...) Existe una Cataluña singular, una realidad social que en todos los momentos cruciales de la política moderna, menos en este, ha resultado determinante. Una realidad que históricamente estuvo organizada bajo la rúbrica "movimiento obrero", y que tuvo espesor cultural y autonomía suficientes como para figurar como un sujeto social por propio derecho. 

Esta Catalunya se arremolina hoy en torno al área metropolitana de Barcelona, en la ciudad de Tarragona y en algunos barrios industriales de la Catalunya interior. Es una realidad plebeya, que hunde sus raíces en una tradición industrial con casi 200 años de historia. 

De acuerdo con las sucesivas olas migratorias, en los años setenta fue mayoritariamente xarnega. Y hoy simplemente se reconoce como un segmento social post-obrero y casi completamente excluido de la "nación política" (de la catalana, pero también de la española). 

De esta Catalunya se puede decir que es un fantasma político. Durante décadas fue el gran caladero de votos del PSC. Previamente también lo había sido del PSUC. Pero se trata de un voto que lleva treinta años diluyéndose en la abstención.
y en las vidas anónimas de una clase obrera pulverizada. En muchos de estos lugares, el gesto más elemental de desafección política (el abandono del voto) supera de largo el 50%.

Su desaparición del espectro es compleja. Sin embargo, la respuesta de estos fallos en el radar reside en casi todo lo importante que haya podido ocurrir en Catalunya desde el año 73. Una economía industrial en picado que ha pasado de suponer más del 40% del PIB, a apenas rebasar el 20%. 

Una progresiva rarefacción y terciarización del empleo, cada vez más precarizado y peor remunerado. También una secuencia compleja de derrotas políticas que comienzan hacia 1976, cuando se quebró violentamente la oleada de huelgas de ese invierno-primavera, que detuvieron la actividad durante semanas en el Baix Llobregat y en buena parte del Vallés Oriental.

 Las prácticas asamblearias y autónomas del movimiento obrero catalán tuvieron, efectivamente, que ser "tamizadas" (subordinadas, sería una palabra más adecuada) por los pactos de la Transición. La integración del PCE-PSUC, los pactos de la Moncloa, el nuevo reparto político-electoral, la formación de una nueva burocracia sindical desmocharon al movimiento obrero catalán.  (...)

Cabe imaginar (hipótesis contrafáctica), qué habría sido de la situación política catalana si este espacio, articulado en torno a Podem, hubiera logrado un mínimo de consistencia política. El suficiente para galvanizar alrededor suyo esa composición metropolitana y periférica.  (...)

La Catalunya referida seguirá siendo un fantasma; un fantasma que pueda adquirir el monstruoso aspecto de un voto prestado ya no sólo a los Comunes o al PSC, sino también a Ciudadanos. Sea como sea, la posibilidad de hacer política (al menos una política de ruptura, una política de emancipación) está contenida en la gigantesca incógnita que emborrona los contornos de este fantasma.

 Un espectro que resultará cada vez más difícil de encontrar y reconocer, aunque solo sea porque las sucesivas olas migratorias le están dando colores y texturas cada vez más complejas."               (Emmanuel Rodríguez, CTXT, 08/11/17)

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