"(...) Existe una Cataluña singular, una realidad social que
en todos los momentos cruciales de la política moderna, menos en este,
ha resultado determinante. Una realidad que históricamente estuvo
organizada bajo la rúbrica "movimiento obrero", y que tuvo espesor
cultural y autonomía suficientes como para figurar como un sujeto social
por propio derecho.
Esta Catalunya se arremolina hoy en torno al área
metropolitana de Barcelona, en la ciudad de Tarragona y en algunos
barrios industriales de la Catalunya interior. Es una realidad plebeya,
que hunde sus raíces en una tradición industrial con casi 200 años de
historia.
De acuerdo con las sucesivas olas migratorias, en los años
setenta fue mayoritariamente xarnega. Y hoy simplemente se
reconoce como un segmento social post-obrero y casi completamente
excluido de la "nación política" (de la catalana, pero también de la
española).
De esta Catalunya se puede decir que es un fantasma
político. Durante décadas fue el gran caladero de votos del PSC.
Previamente también lo había sido del PSUC. Pero se trata de un voto que
lleva treinta años diluyéndose en la abstención.
y en las vidas anónimas
de una clase obrera pulverizada. En muchos de estos lugares, el gesto
más elemental de desafección política (el abandono del voto) supera de
largo el 50%.
Su desaparición del espectro es compleja. Sin embargo,
la respuesta de estos fallos en el radar reside en casi todo lo
importante que haya podido ocurrir en Catalunya desde el año 73. Una
economía industrial en picado que ha pasado de suponer más del 40% del
PIB, a apenas rebasar el 20%.
Una progresiva rarefacción y
terciarización del empleo, cada vez más precarizado y peor remunerado.
También una secuencia compleja de derrotas políticas que comienzan hacia
1976, cuando se quebró violentamente la oleada de huelgas de ese
invierno-primavera, que detuvieron la actividad durante semanas en el
Baix Llobregat y en buena parte del Vallés Oriental.
Las prácticas
asamblearias y autónomas del movimiento obrero catalán tuvieron,
efectivamente, que ser "tamizadas" (subordinadas, sería una palabra más
adecuada) por los pactos de la Transición. La integración del PCE-PSUC,
los pactos de la Moncloa, el nuevo reparto político-electoral, la
formación de una nueva burocracia sindical desmocharon al movimiento
obrero catalán. (...)
Cabe imaginar (hipótesis contrafáctica), qué habría sido de la situación
política catalana si este espacio, articulado en torno a Podem, hubiera
logrado un mínimo de consistencia política. El suficiente para
galvanizar alrededor suyo esa composición metropolitana y periférica. (...)
La Catalunya referida seguirá siendo un fantasma; un fantasma que pueda
adquirir el monstruoso aspecto de un voto prestado ya no sólo a los
Comunes o al PSC, sino también a Ciudadanos. Sea como sea, la
posibilidad de hacer política (al menos una política de ruptura, una
política de emancipación) está contenida en la gigantesca incógnita que
emborrona los contornos de este fantasma.
Un espectro que resultará cada
vez más difícil de encontrar y reconocer, aunque solo sea porque las
sucesivas olas migratorias le están dando colores y texturas cada vez
más complejas." (Emmanuel Rodríguez, CTXT, 08/11/17)
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