"Llevo algo más de dos años viviendo en San Francisco. Me
vine aquí después de haber estudiado una carrera y haber hecho una tesis
en una universidad pública española. Soy otra de esos tantos “cerebros
fugados”. Y ni tan mal, porque hoy no se trata de eso.
El caso es que últimamente, sin embargo, noto una morriña
un tanto más irracional de lo habitual. El porqué requiere una
explicación no demasiado lineal, pero creo que se me acabará
entendiendo.
Parece que España es una palabra que no se puede decir,
porque la han prostituido hasta equiparar la ñ con (des)calificativos
como fascista.
Durante los últimos meses ha sido francamente
imposible no hablar de Cataluña, que también tiene ñ, pero es una ñ
diferente. E inicialmente parecía todo un reto, porque mi círculo
español es, evidentemente, de toda España: Asturias, Cataluña, Castilla y
León, Andalucía, La Rioja, Aragón, Madrid…
Todos somos relativamente similares: hemos viajado por el
mundo, nos hace gracia cantarnos el cumpleaños feliz de Parchís, en
cuanto sale un rayito de sol nos vamos a comer al aire libre, y nos
repartimos el jamón de contrabando. Pero, también de manera evidente, no
todos tenemos la misma opinión sobre si la independencia de una región
en una Europa como la Europa que tenemos es o no una buena idea.
Y, a
pesar de todo ello, todos hemos sido capaces de expresarnos, aceptar que
no pensamos igual, y decidir que en Navidad vamos a cenar cordero todos
juntos y que en Nochevieja alguien tendrá que encargarse de comprar las
uvas.
Hasta aquí todo normal, o al menos, mi normal.
(...) la España de la que nosotros nos fuimos hace muy pero que
muy poco tiempo era una España interesante, que estaba empezando a darle
voz a nuevas fuerzas políticas de varias índoles, que se quejaba de la
flagrante corrupción de las instituciones, y de la que daba pena irse,
porque parecía que algo bueno iba a pasar.
En cambio, en estos pocos
años, el destrozo ha sido tal, la manipulación de la información y de la
sociedad tan brutal, que ahora hay una España por la que se sigue
sintiendo morriña, porque casa siempre será casa, como si fuéramos los
monos de Harlow, pero a la que no sabemos cómo referirnos.
Por eso, cuando se acaba el círculo y las conversaciones
vuelven a San Francisco, terminan con un “sí, nos volvemos todos juntos a
España, ¿pero a qué?”. Con morriña de lo que pudo ser y no fue, de lo
que nos gustaría que fuera. Morriña, que también tiene ñ." (Argentina Lario Lago, CTXT, 15/11/17)
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